Por: Rita Casañas |
El texto que a continuación transcribiremos es obra de un viejo y ponderado militante de la izquierda, cuyo nombre omitiremos para que no recaiga sobre él peores malentendidos que los que la lectura del mismo se pueda originar. Solo diremos sobre él que no es ni por asomo hombre de escarceos fantásticos ni de alharacas narcisas, al contrario siempre ha brillado en él, mas que ninguna otra cualidad, la de ser un hombre tediosamente ponderado y cultor de la mas elemental sobriedad, amén de saber disipar, siempre sin melodrama alguno, su presencia en reuniones sociales, muy a propósito de una natural modestia. Con base a ello lo que a continuación presentaremos, en complicidad con Mundi Santurio, mí otro Yo, no debe ni inducir a la duda ni crear suspicacias sobre la consumación de tales hechos. Cualquier asomo de las mismas es ofender la cabalidad de una vida llevada a fuerza de transparentes observancias principistas y de enormes desprendimientos.
El texto es el que sigue:
“Era relativamente sencillo ser de izquierda y propalarlo en este sector de Santa Mónica décadas anteriores a la llegada de la revolución. Para casi nadie resultaba un insulto hacer uso de nuestras libertades civiles y expresar la inconformidad con el sistema capitalista y la expoliación que le era inherente, mas bien, las mas de las veces, una cierta y graciosa aquiescencia se nos ofrendaba en forma de inesperados asentimientos, retratados estos en muchos de los mohines de aquellos que toleraban nuestra plática y cuya raigambre ideológica ni por asomo se ubicaba exactamente en la izquierda. Actualmente es radicalmente imposible y ya impensable el intentar favorecer los derroteros del actual proceso político ante nuestro vecindario sin tener que correr el elevado riesgo de recibir, de casi cualquiera de los habitantes del sector, unas insultantes respuestas que en el hipotético caso de contradecir de muy buen seguro ello culminaría en una infeliz escena de amedrentamiento y condena, y hasta en conato de golpiza presentado a modo de linchamiento. Asunto este que me ha obligado, estos últimos ocho años, a la observancia de un prolongado ostracismo y a la entrega de unos inusitados votos de silencio, que sin poder evitarlo han redundado en tener que padecer una enojosa situación de permanente intranquilidad y desasosiego, una de tal calibre que ha convertido mi estancia en estos lugares en una suerte de muy alargada agonía que ha inhibido la ejecución de muchos de mis caros anhelos de serenidad.
Pero en medio de este tremedal de odio y de intolerancia que actualmente reina en Santa Mónica, (Me dicen que Cumbres de Curúmo es aun peor), existen algunas sorprendentes excepciones de personas que no se dejan llevar por tan exaltado proceder. Una de ellas y que es motivo del presente testimonio, se encuentra expresado en la persona del medico cirujano Dr. Diego S. Bejarano Irribaren, quien desde su mocedad nunca desmintió su abierta afición a la política, habiendo simpatizado y consecuentemente militado en incontrovertibles movimientos de la derecha nacional, llegando incluso a participar en altos puestos en el último gobierno de CAP, desde donde pudo aprender y experimentar muchos de los mas preciados secretos de su cultivado arte del análisis político.
El Dr. Bejarano, desde la llegada de la revolución, no ha cesado en dictaminar y proferir sus más firmes condenas y aversiones públicas al proyecto socialista, ocurriendo que ello ha venido acompasado de una ardua y continua militancia de disímiles actividades muy a pesar de la apreciable y voluminosa humanidad que posee y que hace pensar en una condición abúlica. Si bien su actitud se confunde permanentemente con la de los desaforados parciales de la contrarrevolución del este caraqueño, increíblemente para conmigo siempre ha tenido un trato considerado y respetuoso que nunca intenta el desmerecimiento de mi conocida condición de hombre de izquierda. Actitud que percibo con mayor claridad sobre todo a partir del frustrado intento de golpe de Abril del 2002 y que le ha valido de parte mía una respuesta de benévola compasión y hasta de inevitable simpatía, que, por cierto, nunca cesa de llamarme la atención y hasta de disparar en mí extravagantes perspicacias.
Desde entonces casi todas las semanas en la panadería de la esquina nos encontramos y solemos entablar fáciles conversaciones que en modo alguno aluden el tema político y que mas bien refieren asuntos de cierta calidez familiar en la que la gentileza y el hablar suave marcan las pautas. Ni siquiera la vez en que apareció uniformado del amarillo escandaloso del partido ultra conservador con en el que actualmente comparte lineamientos, tuvo la ligereza de mencionar el tema, contentándose con la sonrisa franca de siempre y el casi efusivo saludo de todas las semanas. Actitud no tan común en estos predios y que parecía intensificarse a los días posteriores de las múltiples derrotas que los revolucionarios le infligían a los rutinarios opositores en el campo electoral y que nunca dejó de parecerme inquietante y paradójica, sobre todo porque no percibía en él ni un ápice de hipocresía o de melindrosa afectación.
De todos los afiebrados y consumidos enemigos del gobierno que unánimemente pululan en Santa Mónica, no hay duda que el Dr. Bejarano es el único que logra mantenerse persistentemente en los linderos de un optimismo arrollador. En nuestra zona de clase media alta, es él el más auspicioso y resuelto en las actividades de la oposición; siempre presto a liderar las reuniones y asumir responsabilidades, siempre equilibrado y listo al paciente análisis, siempre desprendido y abocado a lo sustancial, siempre con tiempo para todo, etc. Admirable actitud que no encaja ni por asomo en la de la mayoría tumultuosa y biliosa de sus conmilitones, esa que subrepticiamente ha permitido la cimiente de una cierta ojeriza hacia él y que consecuentemente no le ha consentido la conformación de un grupo coherente y presto a la eficacia política, trayendo inevitablemente esto como resultado, en nuestra urbanización, un creciente desdén opositor a la participación y al trabajo militante, que ha redundado en los últimos años en una apreciable apatía que a algunos aterra y a otros entristece.
Aquella mañana del doce de Octubre del 2008, aquella mañana de virtual llovizna y persistente bochorno, me encontré con el Dr. Bejarano en la esquina de la panadería. Lo encontré inusual y desconcertante; enrojecido, evidentemente sudoroso y un tanto desaliñado, como si regresase de algún extenuante festín, solo que no había indicios de haber consumido alcohol ni que estuviera urgido de descanso. Acompañado con una suerte de arrebato que lo desfiguraba ante mi, me rogó, casi en actitud pusilánime, para que ambos tuviésemos un encuentro en su casa a fin de hacerme una revelación que solo él conocía con certeza y que serviría para que yo comprendiera en profundidad el verdadero quid de la lucha política que tenía lugar en el país y que ocupaba la atención de la mayoría de sus habitantes, (por vez primera se atrevió a tocarme el tema de la política). No sin cierto espanto y tratándome de sobreponerme a la sorpresa de verle actuar de tan atropellada manera y en tales condiciones, me juzgue obligado a pautar mi asistencia a la cita a la hora convenida por él, exigiéndome con ello a una rauda salida del lugar que supuse atemperó el anormal comportamiento de Dr. Bejarano.
A la hora convenida y por pura convicción llegué a la quinta Yocasta, en la que estaba residenciado el Dr. Bejarano desde hacia mas de treinta años con su ya casi extinguida familia, casa que siempre tenia yo que enfrentar en las mañanas a la hora de tomar café en la panadería y que de tanto obviarla me parecía ahora irreconocible. Con prontitud y un tanto acelerado me hizo pasar y sentarme en un amplio salón cuyos adornos y escenografía se perdían en una deliberada penumbra, decretada esta por el cortinaje abrumador y la cicatera luz de una sala contigua. Sin mayores preludios el Dr. quiso iniciar la conversación que motivaba mi presencia a la que con expectante atención me aboqué a escuchar, no sin sentir la invasión de un cierto espasmo que me electrizaba. Deformado por la oscuridad, arrepanchigado en un excesivo sofá y con una inusual voz de estentórea y afectada sonoridad inicio lo que sería un increíble monólogo que trastocaría para siempre la imagen ligera que sobre el Dr. en el pasado tuve:
“Amigo mío, mi descubrimiento, mi revelación, solo ha sido posible por la interpolación azarosa de mi enriquecedora experiencia en el gobierno de CAP con la oportuna lectura de un cuento de Borges llamado “Historia del traidor y del héroe” que a su vez llegó a mi sin proponérmelo y por culpa de una terrible espera. Lo primero me concedió los indicios prácticos que corroborarían que aquello que voy a develarle es posible y hasta rutinario en el mundo de la política; lo segundo, su deslumbrante lectura, le confirió completitud lógica y coherencia apodíctica a la sospecha, sentó las bases de una probable ciencia de la conspiración y confirmó teóricamente hasta donde es posible llegar en política. Así, una mañana turbulenta, mediáticamente turbulenta, del 15 de Abril del 2002, luego de agotadoras y atormentadas reflexiones, pude dar inicio con fundamento a la sospecha de lo que hoy en día es simple y clara evidencia para mi, que desde luego, una vez culminada mi exposición, estoy seguro lo será para usted.
Comencemos pues, amigo mío. ¿No le ha parecido a usted extraño, extraño y asombroso, el increíble fracaso opositor en los sucesos de Abril del 2002? ¿No se ha preguntado usted como fue posible que un prodigio mediático como el que nos acompañaba en aquella meritoria gesta y que copaba todo el escenario comunicacional, no haya sido suficiente como para sostenernos en el poder una vez depuesto su Presidente? ¿No le parece muy raro que luego que hicimos preso al líder de su revolución, generando una exultación colectiva de dimensiones memorables, todo haya caído tan rauda y sorprendentemente como un castillo de naipes? ¿Acaso no llama a la sospecha que en el momento en que más ameritábamos de una resuelta estrategia de posicionamiento por parte de los medios de comunicación, ellos, que tanta disposición y valentía habían demostrado en los días previos, de pronto, en un acto de cobardía sin parangón, hayan decretado un silencio ensordecedor que dejó absorto y paralizado de miedo al país que se levantaba? ¿No le intriga a usted el vergonzoso bochinche militar que se desató en Fuerte Tiuna en la que un pandemonium de rencillas subalternas se interpuso a guisa de sabotaje, todo ello en medio de un delirante festín etílico, absolutamente impertinente? ¿Y no es un enorme despropósito y una ausencia absoluta de conceptos políticos el permitirse en Miraflores un colectivo y muy publicitado brindis de celebración por la caída del régimen en la que pululaba lo mas granado del fracaso de la llamada “cuarta república” en indecente comparsa con los sectores mas poderosos de la economía nacional? Ni que decir del mamarracho jurídico con el que se pretendió dar legitimidad al nuevo gobierno y al efímero Presidente, todo un adefesio legislativo que avergonzaría al más bisoño de los estudiantes de leyes. En realidad para lo único que sirvió todo aquella malograda epopeya fue para hacer que renaciera la perdida popularidad del Presidente y para conferirle a este un inevitable halo de imbatibilidad y de heroicidad, del que habíamos logrado hacerle que careciera antes del mal llamado golpe.
Todo ello me llevó a pensar y barruntar que algo estaba ocurriendo en trastienda, algo que permitió un desenlace de tan asombrosas consecuencias. ¡Tanto error!, ¡tanta impericia!, ¡tantaboutade!, ¡tanto derroche de recursos mal administrados!, ¡tanta carencia de inteligencia en hombres que se reputan como preclaros! En verdad tanta indolencia por quienes tenían todo a su favor y se encontraban inmejorablemente asesorados, no pudo acontecer sino a la vera de una muy refinada conspiración de segundo grado que tenía como objeto dramatizar un fallido golpe que ampliamente y a posteriori favorecería al propio gobierno.
El desarrollo ulterior de la historia del país solo confirma mi sospecha y consolidad la tesis de una otra conjura distinta a la aparente. Recordemos pues, verbigracia, los lamentables acontecimientos del paro petrolero del 2002, y podrá usted comprender con mayor claridad como la hipótesis de una conspiración suprapolitica resulta atinente y es la única que la da redondez argumental a lo acontecido. Pregúntese usted como se puede argüir la consumación de un paro nacional con mínimas esperanzas de salir triunfantes, siendo liderado por una patronal en declive y sin credibilidad y por los restos insepultos de una dirigencia sindical totalmente desprestigiada y solo reconocible como corrupta. Pregúntese si era razonable paralizar indefinidamente el país bajo el argumento irremediablemente inviable de la salida del Presidente, obviando olímpicamente que este se había fortalecido apreciablemente con la deplorable derrota de Abril que nos habíamos autoinfligido. Pregúntese que sentido podía tener un paro dilatado hasta el hastió y que solo perjudicaba a las mayorías pauperizadas. Pregúntese que razón podía existir para causar tanta desazón en el país, eliminar la alegría del béisbol, la grata calidez de las festividades navideñas, la tonificante programación televisiva y en su lugar poner un torbellino espantoso e intensivo de propagandas a favor del paro. Pregúntese usted porqué lo hicieron sin militares…
En rigor aquel insensato evento solo pudo ser maquinado con el inconfesable propósito de sumergir a la oposición en otra derrota colosal cuyo evidente propósito era estigmatizar la imagen de ella ante amplios sectores del país, además de permitirle al gobierno, de manera totalmente legítima, hacer un barrido a fondo de la principal empresa del país como era PDVSA y que para la fecha se encontraba mayoritariamente a nuestro favor.
Entonces debemos decir que mientras la oposición lograba con excesiva dedicación la perdida sostenida de su imagen como alternativa viable, la figura del Presidente, nuevamente por artilugio de nuestros groseros errores, aparecía resplandeciente dominando un horizonte en demasía auspicioso. No le parece, amigo mío, todo un exabrupto que no puede concordar con la mínima sindéresis que debe privar en este tan apasionado quehacer. No le parece un contrasentido que solo puede ser solventado por el hecho simple de aceptar que eran precisamente esos los resultados a buscar ¿Y si no, donde estaban los organismos de la contrainsurgencia global para alertarnos? ¿Dónde se encontraban los llamados “tanques de pensamiento” que con mucha facilidad hubiesen detectado la improcedencia absoluta de tan audaz perfomance? Amigo mió, la existencia de una trama conspirativa, aupada desde el empíreo del poder mundial y en franca componenda con el liderazgo de ambas fuerzas políticas que pugnan, que falazmente pugnan, en el país, es la única posibilidad de darle coherencia lógica y practica a toda esta serie de acontecimientos de inevitable cariz bizarro.
En rigor bastarían con estos dos ejemplos para garantizar la total certeza de la tesis de la conspiración. Pero como en política siempre los argumentos resultan insuficientes abundaré en otros que le darán mayor congruencia a lo por mi expuesto. Continuaré cronológicamente para que logré usted acceder al núcleo de mi exposición. Le pregunto ¿Ante tan protuberantes y consecutivas derrotas autopropinadas en los sucesos de Abril y de Diciembre del 2002, que habían debilitado enormemente nuestra moral, creería usted conveniente o seguro tener que porfiar a favor de una medición electoral a través de un referéndum? Lo sencillo y radicalmente evidente sería no adentrarse en tales barrancos y acatar el lento pero seguro escrutinio del tiempo. ¿Acaso no conocían de antemano la lamentable situación de la oposición ante la opinión pública y que era fotografiada sistemáticamente por nuestras propias encuestas? ¿Qué bravata era esa en la que deponían todo vinculo con la inteligencia y la experiencia para abocarse con toda seguridad a una nueva derrota, esta vez en el plano irrebatible de lo cuantitativo? El llamado a referéndum, logrado a propósito de una afiebrada y descomedida utilización de nuestra influencia en los medios, hecho contra de todos los pronósticos y análisis de los especialistas, mas que una descomunal torpeza es la prueba mas clara de la existencia de un plan, de un refinadísimo plan, urdido en las esferas de la metapolitica, para garantizar la permanencia del Presidente de la República, quien en realidad, y sin resquemor debo decirlo, cumple con el mandato de remozar y adecuar la continuidad de nuestra libertad y de nuestro modelo productivo, bajo la artificiosa égida del Socialismo. Usted sabe, para contener las fuerzas peligrosas de las multitudes.
Las elecciones parlamentarias, en la que incidentalmente no acudimos, en verdad y a pesar de parecer una salida digna para no continuar exhibiéndonos como derrotados, lo único que hizo fue confirmar mi teoría, dado que un Poder Legislativo vacuo de opositores solo sirve para allanar el camino al gobierno para que este logré una actividad parlamentaria sin cortapisas y sin retrasos, concordando así perfectamente con los objetivos de quienes desde ambos lados urden la conspiración.
Usted, amigo mío, se preguntará entonces sobre el porqué de la derrota de la reforma de la Constitución en virtud que en ello parecía jugarse la vida el gobierno, sobre todo porque lo que se arriesgaba era su propia identidad. En rigor la cuestión es mucho más simple de lo que aparenta. Para el momento resultaba un imperativo que el radical discurso del Presidente tuviese un marco de posibilidad legal capaz de permitirle la radicalización en los hechos y así saciar la demanda de los mas extremistas. La propuesta de reforma, que era inobjetablemente revolucionaria, señalaba ese camino y se estaba haciendo en condiciones inmejorables que garantizaban a ojos vistas su aprobación. Nadie podía sospechar que fue propuesta en un mal momento con el deliberado propósito de ser derrotada. Si estamos contestes con la teoría conspirativa, podremos comprender el porqué de los acontecimientos subsiguientes que se encuentran repletos de inconsistencias y de lances paradojales por parte del gobierno y sus concomitantes, tales como el súbito aumento de impuestos en rubros de masivo consumo popular como licores y cigarrillos, la indolencia catastrófica para enfrentar el repentino desabastecimiento y la imprevista inflación, las oscuras jugadas de la Asamblea Nacional que incrementaban las sospechas de una maliciosa componenda, la campaña electoral imperceptible y de bajo impacto elaborada por el comando de campaña, la insólita permisividad del CNE con las cuñas opositoras, el desorden oceánico del partido, etc. Comprenda usted, amigo mió, que esa derrota en rigor favorecía al mediano plazo al gobierno porque le vedaba el tener que radicalizar la revolución y tener que tocar intereses que en el fondo solo debía defender, pero también le lavaba la cara al conferirle al Presidente el necesario talante democrático del que estaba ya desabastecido, a mas de quitarle el sambenito autoimpuesto a la oposición de ser unos contumaces perdedores, etc.
Amigo mió, discúlpeme por haberle quitado su tiempo, pero como usted podrá haber comprendido se trataba de algo de elevadísima importancia y que un resuelto creyente de izquierda como usted debía conocer en toda su extensión. Para terminar y esperando que reflexione sobre ello le quiero agregar lo siguiente, sepa usted que en política hay al menos hay dos tipos de practicantes; aquellos que están concientes de su rol y quienes omiten tan relevante condición. En el caso mió estoy dentro de los primeros y con mucha sobriedad, dedicación y estoicismo asumo mi tarea de ser opositor; se que tendré que acatar sumiso las derrotas, se que tendré que disolver mis rabias ante el odio genuino de quienes me rodean, se que estoy condenado a padecer las insufribles arengas de mis dirigentes, se que no debo flaquear y que el resto de mis días transcurrirán como un simple actor. Espero, amigo mío, que usted sepa comprenderme y que haya podido acceder a lo por mi expresado, para que así, de una vez por todas, empiece a asumir su verdadero papel dentro de teatro colectivo que es nuestra vida. ¡Salud camarada!”
La última vez que vi al Dr. Bejarano, hace al menos un año, lo acompañaba un atemorizante Rottweiler y un pequeño pero inquieto Pomerania quienes le arrastraban a lo largo de la vereda. Risueño como en sus mejores tiempos me ofrendó un tímido saludo y un confidencial guiño. Ahora me angustia menos mi fiebre militante, ahora me rió leyendo las impúdicas mentiras de El Nacional, ahora puedo ver el huracán mendaz de Globovisión sin exaltarme, ahora no siento tanta indignación por el fanatismo opositor. Gracias Dr. Bejarano, bendito sea. Donde quiera que se encuentre.”
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