Víctor Álvarez R.
Investigador del Centro Internacional Miranda
El termómetro de la inflación en el mes de abril registró nuevamente un alza: 4,3%. ¡La mayor del año!. Así, la inflación acumulada en lo que va de 2013 llegó a 12,5%, para una tasa anualizada de 29,4%. Si este ritmo se mantiene el resto del año, la inflación superará ampliamente el 30 %, con lo cual quedará totalmente anulado el aumento del salario.
La tendencia alcista de los precios no cede, la fiebre sigue muy alta, y urge poner en marcha una eficaz estrategia anti-inflacionaria para derrotar este flagelo que devora la capacidad adquisitiva de los salarios, generando un creciente malestar. El éxito de esta estrategia dependerá, en gran medida, de lo acertado del diagnóstico que se haga y de la comprensión que se tenga de las verdaderas causas del actual auge inflacionario. Un diagnóstico equivocado inevitablemente conducirá a un tratamiento inadecuado que, lejos de abatir el fenómeno inflacionario, por el contrario pudiera agravarlo. Y hay que evitar que el remedio sea peor que la enfermedad.
La identificación y definición del problema
Así como la fiebre en el organismo humano no es la enfermedad sino la señal o síntoma de que algo en su interior anda mal, la inflación es también un síntoma a través del cual la economía envía una señal de los desequilibrios que la afectan, los cuales repercuten con toda su fuerza sobre el bienestar y tranquilidad de los trabajadores, consumidores y usuarios.
Por lo tanto, confundir el fenómeno que se nos presenta en la superficie con la verdadera esencia del problema solo llevará a atacar sus consecuencias, dejando intactas las verdaderas causas que lo generan. Por eso, atacar la fiebre con bolsas de hielo o analgésicos, sin bien la alivia temporalmente, el síntoma reaparece como evidencia de que la causa del problema no ha sido vencida ni erradicada.
A la hora de definir la inflación, con frecuencia se confunde el fenómeno con su esencia. Unos explican sus causas en la esfera de la circulación, la entienden como un desbordamiento monetario que provoca un crecimiento de la demanda superior a la oferta. Otros ven su origen en la esfera de la producción y encuentran su causa en una escasa oferta que hay que activar con incentivos para aumentar la producción de bienes y servicios. En otros casos la inflación se presenta como un aumento de los precios, pero su esencia es la pérdida del poder de compra de la moneda.
Creciente brecha entre el crecimiento de la demanda y la producción nacional
En Venezuela, tanto el consumo público como el privado se han incrementado de manera sostenida en la última década. Pero lo producción no ha crecido al mismo ritmo. Mientras el consumo per cápita creció en promedio 3.7%, la producción apenas aumentó 0,8%. Si bien es cierto queel PIB ha crecido en la mayoría de los trimestres, este crecimiento no ha sido de buena calidad, toda vez que se ha sustentado en el auge del comercio importador y los servicios financieros. Pero la agricultura y la industria, que son precisamente los sectores que proveen los productos destinados a satisfacer las necesidades básicas y esenciales de la gente, han mostrado un ritmo inferior. Para lograr las metas de soberanía productiva Venezuela debería tener una agricultura que aporte el 12 % del PIB, y apenas contribuye con el 4,5 %. Por su parte, la industria debería aportar el 20 % del PIB y, según los datos del BCV, tan solo aporta el 14%.
Controlar los precios es atacar los síntomas
Es típico que en la antesala de un proceso electoral se produzcan brotes de acaparamiento y especulación con el objetivo de causar malestar en el electorado. Pero los elevados y sostenidos índices de escasez en Venezuela se deben a un problema estructural que tienen que ver con el desmantelamiento del aparato productivo. Incluso, en la red Mercal y PDVAL se observan anaqueles vacíos, evidencia clara de una escasez que tiene una causa estructural, toda vez que esas redes no fueron creadas para acaparar ni especular.
El control de precios ha mostrado sus límites. Se controla el precio final pero se mantienen liberados los precios de las materias primas, insumos y maquinarias. Así, los costos de producción superan el precio controlado y desestimulan la producción. Si se quedan anclados los precios de venta del bien de consumo final, mientras los precios de los insumos no dejan de aumentar, se castigaría el margen de ganancias y hasta se generarían pérdidas. En tales condiciones, ni siquiera las empresas de la economía social podrían producir. Esta es la causa de la escasez de origen estructural. Como nadie produce para perder, la consiguiente escasez se ve agravada por los brotes de acaparamiento y especulación. Los propios datos del BCV revelan que, si bien los precios de los productos controlados suben en menor proporción, en estos el índice de ausencia relativa y absoluta, o índice de escasez, ha ascendido a un alarmante 21,3% con tendencia a ser cada vez mayor. En otras palabras, el precio no sube pero el producto no se consigue. Justamente, esta situación es la que crea las condiciones objetivas en las que prolifera la especulación.
La paradoja del subsidio al dólar: su impacto sobre la producción nacional
La exacerbación del consumismo consubstancial a los auges rentísticos tiende a aumentar la demanda de divisas para conjurar la escasez. El anclaje cambiario -al golpear la producción nacional-, a la larga causa escasez, toda vez que el subsidio al dólar se traduce en un subsidio a las importaciones que desplazan la producción nacional. Como la producción nacional cae de manera sostenida, crece la demanda de divisas para importar y conjurar la escasez, el acaparamiento y la especulación. Importamos porque no producimos y no producimos porque importamos. Este círculo vicioso se ve agravado por el anclaje cambiario que tiende a abaratar el dólar oficial y subsidiar las importaciones que se hacen a la tasa de cambio oficial, en comparación con el precio de la divisa en el mercado.
Por lo tanto, la escasez se origina en una política económica (particularmente la política cambiaria)que, si bien ha hecho crecer el PIB, este crecimiento ha sido de baja calidad, toda vez que se basa en los sectores del comercio importador y los servicios financieros, a expensas de una caída sostenida de la agricultura y la industria, que son precisamente los sectores que generan los bienes y servicios imprescindibles para satisfacer las necesidades básicas y esenciales de la población.
El impacto inflacionario de la devaluación
El anclaje cambiario se ha convertido en un subsidio al dólar. En los hechos, esto se traduce en un subsidio a las importaciones que desplazan la producción nacional. Corregir esta problemática requiere una política cambiaria dinámica y flexible, con ajustes periódicos en el precio oficial del dólar. El reto está en encontrar una tasa de cambio que exprese la productividad real de la agricultura y la industria con el fin de propiciar las transformaciones estructurales en el aparato productivo y así poder sustituir importaciones y diversificar las exportaciones.
En Venezuela el precio del dólar se mantiene fijo por varios años a pesar de que el país registre una inflación superior a la de sus socios comerciales. La consecuencia inevitable del anclaje cambiario es la sobrevaluación del bolívar. Esto se refleja en el hecho de que los productos importados resultan ser mucho más baratos que los nacionales. Cuando la sobrevaluación se ha hecho insostenible, el gobierno ha aplicado maxidevaluaciones de 100% y 46,5%, lo cual encarece el componente importado y atiza la inflación.
La monetización del déficit fiscal
Cuando los bancos centrales pueden crear dinero, suele ser una tentación para un gobierno en déficit buscar financiamiento en el instituto emisor, a través de la emisión de bonos que la autoridad monetaria compra. Si el financiamiento del déficit fiscal por parte del BCV se convierte en una práctica reiterada, las consecuencias son nefastas. La expansión de la liquidez monetaria sin respaldo en el aumento de la oferta de bienes y servicios, se traduce en un deterioro cada vez mayor del poder de compra de la moneda.
La monetización del déficit mediante el financiamiento del BCV al gobierno es una de las causas propagadoras de la inflación. En la práctica se trata de un impuesto inflacionario que recae con más peso sobre la capacidad de compra de los sectores que viven de un ingreso fijo. De continuar esta situación podríamos caer en un proceso perverso de expansión desproporcionada de la liquidez monetaria sin el debido respaldo en el aumento de la producción de bienes y servicios, lo cual inevitablemente nos llevaría a sufrir una inflación cada vez mayor.
¿Qué hacer?
La clave de una estrategia antiinflacionaria exitosa está en armonizar las políticas macroeconómicas y sectoriales para potenciar el impacto de los incentivos gubernamentales en función de la transformación productiva. En este sentido, la política fiscal, cambiaria, monetaria y financiera deben armonizarse y estar cada vez más sincronizadas con la política agrícola, industrial y tecnológica.
Impulsar la construcción de un nuevo modelo productivo exige una eficiente intervención del Estado para orientar un proceso que no puede quedar a merced de las fuerzas ciegas del mercado.
El Gobierno Bolivariano está llamado a crear un entorno macroeconómico estable para poder asegurar un impacto positivo de los incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, asistencia técnica, etc. sobre los objetivos de reactivación del aparato productivo, reindustrialización de la economía nacional y dinamización de los canales de distribución y comercialización, en función de derrotar la escasez, la inflación, el acaparamiento y la especulación
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