En aquel proyecto de país que el capitalismo industrial nos hizo abortar
existía una figura romántica, importantísima, que empezó a ser mal
vista cuando estalló la bomba de lo que llamaron “modernidad”: el paso
de la sociedad rural a la despiadada urbanización: el intento de
convertirnos en urbanos y cosmopolitas: Santos Luzardo asesinando una y
otra vez a Doña Bárbara cuando ya antes había liquidado a los indígenas.
Esa figura era el catabre o cataure.
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“Catabre”, hablando estrictamente de su significado original, es la
totuma, vasija o recipiente donde los campesinos guardan las semillas
que sembrarán cuando llegue el momento, pero esa palabra se trasladó por
extensión a unos señores que iban por los pueblos repartiendo semillas.
Algunas las vendían, otras las intercambiaban por las que no tenían o
les pedían en otros pueblos, algunas más las regalaban.
Esos señores cumplían la labor de los pájaros y algunos insectos:
propagaban por donde pasaban el germen de lo que después serán especies
alimenticias.
Dicen quienes los vieron por esos caminos que se trataba de señores con
aspecto de mendigos, barbudos y de vestir descuidado, pero llevaban su
tesoro en los bolsillos o en pequeños sacos o mapires; sus catabres para
nómadas. La sociedad industrial banalizó esa función y la convirtió en
objeto de burla o vergüenza, que es lo mismo que decir que los
criminalizó y los condenó a muerte.
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Cuando los burgueses y aristócratas decidieron que para ser “gente
decente” había que enrollarse una maldita corbata en el pescuezo la
palabra “catabre” empezó a convertirse en insulto. En la Carora de mi
juventud oí decir de mucha gente que andaba con la ropa sucia o rota que
“parecía un cataure”. Aunque la mayoría no sabía qué significaba eso
exactamente, a los muchachos nos daba risa, tal vez porque el
nombrecito era feo y así como campuruso (quizá el mismo proceso
sociológico y mental que lleva a muchos a tenerle verguita a la palabra y
la idea de conuco). Cataure: viejo loco que en vez de ir a
comprar caraotas al supermercado trata de enseñarle a la gente que
puede sembrar matas en el patio de su casa, que hay cientos de
variedades de granos y que son gratis.
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El proceso de destrucción moral de los catabres es el mismo que, con los
años y mientras avanza el empeño en alejarnos de la
naturaleza/urbanizarnos, ha hecho que odiemos o nos avergüencen nuestra
forma de hablar, nuestros olores corporales, nuestro impulso a jugar
(¿trabajar?) con tierra, los muchos colores de nuestra piel, nuestras
comidas originarias, nuestra música, nuestras costumbres, nuestras
formas de procurarnos los alimentos y la vivienda. ¿Para qué sembrar una
mata de aguacate si en Central Madeirense venden los aguacates que
antes sembraron unos campesinos feos, desconocidos y jediondos? ¿Para
qué hacer una casa si para eso quedaron los ignorantes de mierda, esos
esclavos albañiles que no estudiaron como estudié YO y por lo tanto
merecen el trabajo esclavo que lo humilla (y YO el trabajo intelectual
que me enaltece)? ¿Para qué enseñarles a mis hijos a sembrar y construir
su casa, si los hijos de los actuales esclavos seguirán el ejemplo de
sus padres para que los míos sean profesionales e intelectuales
sifrinos, de esos que citan a Marx campaneando un güisqui? ¿Para qué
enseñarles a los muchachos urbanos a ordeñar una cabra o una vaca y con
ello enseñarles el origen profundamente amoroso y humano de componer
tonadas, si para eso están los muchos Simón Díaz que les roban la
expresión artística a los miles de artistas genuinos pero anónimos?
¿Para qué andar por la vida oliendo a ser humano si hay tanto
desodorante, perfume y colonia en el mercado?Es la misma razón por la que cierto compañero soñador, audaz y revolucionario recibió tantas burlas, ataques, acusaciones de insania mental y pensamiento retrógrado cuando le propuso al país masificar en las viviendas urbanas los gallineros verticales y los conucos en cada balcón y azotea de casa o edificio. Sospechaba ese llanero humilde que si todas las comunidades producían casa por casa sus alimentos ya más nunca habría escasez de nada; que si en cada barrio hubiera suficientes productores de maíz Lorenzo Mendoza tendría que meterse sus quintales de harina inorgánica por el hueco del culo. Pero no, no seas güevón, Chávez: los señores intelectuales tienen que pensar, los administradores tienen que echar números, los abogados tienen que hacer leyes, los méedicos tienen que estafar a los pacientes/clientes y para ello tienen que andar pulcramente vestidos y olorosos a fragancias caras, no con las uñas sucias de tierra ni hediondos a gallina. Hazme tú el favor. Así que hazme la revolución y garantízame la soberanía alimentaria: que los campesinos sigan sembrando y criando animales que serán asesinados en mataderos, porque lo mío es el barrio, la urbanización y el centro comercial. Siasmaricotú.
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Por ahí cargo un montón de semillas nativas (al final, algunas fotos
con sus leyendas informativas). La mayoría, leguminosas (familias de las
caraotas). Ando organizando un par de viveros (Barinas y Yaracuy) para
reproducirlas y propagarlas; mientras tanto, se las regalo a quien tenga
dónde y cómo sembrarlas y cuidarlas mientras paren. Suena fácil y lo
es, pero es una tremenda responsabilidad.De Nacho Tapía, Walterio Lanz, Gaudy García, Olga Domené y una larga lista de campesinas y campesinos que recuerdan y añoran el viejo arte de comer y dar de comer sin pagar ni cobrar he aprendido lo poco que sé sobre un asunto crucial: la resistencia cultural basada en el reconocimiento y la propagación de nuestras semillas autóctonas.
Hace unas horas realicé una jugada peligrosa. Convencí a las maestras del Simoncito ubicado en Altamira de Cáceres (Barinas) para que me permitan entregarles un puñado de semillas y poner a los niños a germinarlas, y luego a sembrarlas en un pedazo de terreno que tienen allí mismo. Es peligrosa la jugada porque de esas semillas, casi extintas o en vías de extinción, no sé cuántas pudieran prosperar o perderse. Dependerá de cuánto convenza a esa gente de lo importante y trascendental de cuidar esas matas hasta que den alimentos y nuevas semillas. Confío en la buena vibra de los niños y en la sensibilidad de las maestras. Habrá que poner énfasis en el punto central: tan importante es la semilla como estimular en los chamos el impulso de conocerlas y sembrarlas cuando crezcan. La semilla física acompañada de la semilla ideológica: esos chamos tendrán que comprender un día que sembrar esas bichas extrañas es peligroso, audaz, contracultural, emocionante, útil, importante: revolucionario. Que en México ya no puedes tener unas semillas en tu casa porque vas preso, y que si nos apendejeamos nos zampan una legislación similar en Venezuela.
Soy un aprendiz de catabre. Sí, me siento orgulloso de serlo.
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La variedad de estas especies comestibles es incalculable; en Venezuela
hay centenares de ellas, casi perdidas, perdiéndose en la orilla de las
carreteras y los terrenos baldíos, donde crecen y se reproducen como lo
que son: como monte. Y como monte son despreciadas o desconocidas: como
nos enseñaron que lo que tiene valor es lo que viene empacado y se cobra
por kilos, entonces les pasamos por un lado a las muchas caraotas
callejeras que se nos ofrecen gratis, camino al supermercado que vende
otras menos sabrosas.Esas bichas callejeras tienen un nombre más o menos genérico: se llaman tapiramas o tapiramos.
Las tapiramas nos alimentaron por cientos o miles de años, hasta que el mercado nos ordenó que comiéramos y consideráramos comestibles sólo a las caraotas negras, blancas y rojas, y no más de seis especies de otros granos comerciales (lentejas, arvejas, frijoles, quinchonchos). La razón: los granos que usted compra en el mercado pueden sembrarse y prosperar a punta de fertilizantes y otros tóxicos, y hacen ricos a unos tipos y unas corporaciones. Su proceso de cosecha es mecanizable porque la mata suele ser pequeña y de tallo alto, y por lo tanto pueden recogerse muchos miles de toneladas en poco tiempo. Las semillas nativas, en cambio:
- Son gratis: usted puede sembrarlas en cualquier patio o pedazo de tierra. Propagar esas especies no enriquece ni empobrece a nadie, así que ¿para qué sembrar unas vainas que no tienen valor comercial (precio)? ¿Para comer? ¡JA! ¿Y quién necesita comer algo que nunca escaseará y por lo tanto nunca será negocio?
- Su cosecha no es mecanizable, ya que crecen como enredaderas y la recolección tiene que ser necesariamente a mano.
- Son limpias: nadie necesita fumigar con agrotóxicos (pesticidas o abonos químicos) unas matas domésticas sembradas sin criterio industrial. TODO lo que usted consigue en cualquier bodega, abasto, supermercado o mercado (popular o de los otros) viene con veneno.
Existe una Red de Truekeros, un Frente Antitransgénico y unas cuantas docenas de catabres que llevan por ahí semillas nativas para regalar o intercambiar. También hay cientos de campesinos que guardan sus mejores semillas para sembrar en la temporada siguiente. ¿Un eslogan para concluir? No compres vegetales comestibles: siémbralos. O uno más inmediato: todos a propagar nuestras semillas nativas u originarias (antes que nos lo prohíban, y después también). Son sabrosas, alimenticias y son gratis.
Post data: o recuperamos, propagamos y masificamos nuestras semillas originarias o Monsanto u otra potencia nos seguirá imponiendo mierdas tóxicas como alimento.
Dos variedades de paspasa: la "vaquita" (no será difícil adivinar cuales son y por qué se llaman así) y la morada. Se las robé a Gaudy García allá en Monte Carmelo, Sanare, estado Lara. |
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