miércoles, 6 de noviembre de 2013

Red en Defensa del Maíz


La vida en los pueblos
del maíz
Presentamos un diálogo colectivo entre varias
comunidades
y organizaciones que se reconocen en la Red en
Defensa del Maíz, ocurrido durante el taller
celebrado en el Centro Nacional de Apoyo a Misiones
Indígenas (Cenami) entre el 4 y el 8 de abril de 2005. El
trabajo fue reflexionar, acompañadas con la visión de
algunas organizaciones amigas, que son también parte
de la Red, sobre los aspectos que resaltan la
integralidad de las relaciones implicadas en la vida
empeñada en el cultivo del maíz en la comunidad-milpa.
No pusimos nombres porque todas y todos se
reconocen en este diálogo.
– El maíz es sagrado, es el sustento de la vida, de allí tenemos
dinero pero también una relación vital en el sentido más
estricto, pues nuestra relación con la tierra es cultivando maíz.
El maíz es importante para la política y la economía de las
comunidades. El maíz marca los ciclos de la vida, se hacen
rituales y fiestas tanto antes como después de las cosechas. El
maíz tiene una versatilidad enorme, se utiliza para muchas cosas
aparte de la tortilla.
– Una mazorca bien puede representar a una comunidad: cada
grano es alguien diferente (persona o entidad), pero sólo todos
juntos somos la mazorca.
– Meter el maíz al ciclo del dinero, ponerlo en el mercado, es
someterlo a una reducción, aunque sea que tenga mucho éxito y
se venda una variedad criolla. Éste es el caso del maíz ―pozolero‖
o ―esquitero‖ [para pozole o esquites], que son variedades (como el
cacahuacintle) que aunque sean nativas desplazan toda la otra
diversidad de maíces que tienen las comunidades, por los afanes
comerciales de algunos. Y es que meter el maíz al mercado es
someterlo a las leyes de oferta y demanda —que poco tienen que
ver con el enriquecimiento de la cultura— y que más bien son
leyes de homogeneización. Y la demanda tantas veces está
motivada por ideologías, propagandas, mercadotecnias. Al dejar
de ver al maíz como un tejido de relaciones, al verlo como una
mercancía, es muy fácil rendirse al uso de agrotóxicos, pues
estamos produciendo una cosa para tener dinero, estamos ya
compitiendo por alcanzar unas monedas.
– Cuando los hombres migran, las mujeres, que son las que
quedan, han ido convirtiéndose en las únicas responsables de lo
que ocurra con la tierra y en la tierra. Muchas, al no contar
con otro modo de subsistencia mientras llegan los dólares, han
ido reviviendo el cultivo del maíz en su concepto más viejo,
como mantenimiento, aunque no haya una economía que gire
en torno al maíz (como antes). Así que en muchos pueblos los
grandes están tratando de involucrar a los nuevos en las
tareas del campo con una visión de que sembrar no solamente es
obtener dinero, pues así no llegarán a ninguna parte, sino
recuperar esa visión de sembrar para vivir de la tierra, de la
relación independiente de los pueblos con la tierra. Así que la
gente está recordando las épocas, que sí existieron, cuando se
necesitaban muy poquititas monedas para vivir, pues todo salía
de la tierra. La migración se suma a todo, pues al irse la gente, el
campo queda abandonado, entonces se consumen más
plaguicidas, herbicidas, fertilizantes que tratan de sustituir la
mano de obra, y como la producción decae se acude a las
comidas chatarra y se pierde la riqueza gastronómica, y con
ella las palabras que nombran al maíz. Así, los niños crecen sin
centro, como el maíz que va siendo desplazado.
– La recuperación de la autonomía de los pueblos, la
recuperación del ciclo del maíz para uso y consumo de la
comunidad, pasa por dejar de depender de los agroinsumos, por
un lado, y por otro, sanar la tierra misma. Por eso se habla
tanto de una idea muy ―autónoma‖ de lo orgánico, lo
orgánico visto como la forma de relacionarse con la tierra y
con sus productos para no depender de las corporaciones, sean
vendedoras de semillas o de fertilizantes, herbicidas, plaguicidas,
etcétera. No se trata de una idea de lo orgánico como la
comida hermosa que consuman las clases medias concientes y
así ayuden a los exóticos. Como una ramita paralela, se reaviva
el trueque bajo la misma idea de ―no depender de las empresas‖
para obtener lo necesario.
– Vemos que hay que extremar los cuidados de las semillas nativas,
protegerlas contra, por ejemplo y entre otras cosas, la
contaminación transgénica. Pero tenemos que reconocer que nos
falta información. La gente en los pueblos del maíz vemos que
ponerse al día sobre las nuevas biotecnologías, es una
responsabilidad.
Otra alarma recurrente es el papel que está jugando la escuela,
la educación oficial, el sistema escolarizado, en la extinción de
los campesinos. Las comunidades reclaman que en las escuelas a
los niños y jóvenes se les inculca que estudiar es para trabajar,
así en abstracto, y por lo cual se recibirá un salario. Esto
arruina de tajo la concepción de una relación independiente
con la tierra, ese autoconsumo que ha hecho posible la
permanencia de los pueblos indígenas y campesinos.
– Un tema crucial es que si el maíz no tiene precio, entonces
¿cómo sobrevivir en este mundo? El autoconsumo tiene una
fuerza perdida. Cuando se lo menciona no nos referimos a un
nivel de consumo precario, sino a una idea del consumo
soberano, de producir nuestros alimentos de forma soberana.
¿Por qué seguir sembrando maíz, entonces? Porque es una
herencia invaluable de nuestros antepasados, porque sembrando
cuidamos los suelos, el bosque, el agua, la comunidad. Pero
también porque si no lo hacemos nos lo van a arrebatar las
empresas. Para que exista el maíz hay que seguir sembrándolo.
Pero hay que aguzar la percepción sobre nuestro maíz, física,
energética; de lo que ocurre en sus entornos, para identificar
los transgénicos. Pensar en lo que hoy parece imposible: detectar
con la pura sabiduría campesina los maíces dañinos. Tenemos que
saber qué semilla estamos sembrando, ir depurando en cada ciclo
nuestra semilla. Así iremos desechando el maíz contaminado.
Tenemos que recuperar la confianza en la semilla que sembramos.
– Un tema urgente y recurrente es el uso excesivo de
agroquímicos, no solamente en el cultivo del maíz, sino en
cualquier cultivo con el que tengamos relación: en el tabaco,
la caña, le café. La diversidad dentro de la milpa se ha ido
muriendo por el uso de herbicidas y plaguicidas.
La historia de la Revolución Verde es para los pueblos del maíz
en México la historia de cómo se hizo adicta la tierra y los
cultivos a una droga de la cual cada vez necesita más y más para
servir menos y menos. No sólo tenemos que enfrentarnos ahora a
la contaminación transgénica, sino al hecho de que heredamos
(por los químicos) supermalezas y una resistencia de las plagas.
Está roto el equilibrio dentro de lo que fueran las milpas. La
tierra está intoxicada, pero también el agua, y los peces se han
perdido y se han envenenado. Al aplicar herbicida se mueren las
plantas medicinales y entonces se pierde una alternativa médica
para la salud de la comunidad. Entonces hay que tener dinero
para comprar los remedios que antes crecían entre la milpa. Y el
dinero es agua, aunque lo cuides se va, la tierra no.
– El maíz no solamente está contaminado, está desplazado por
cultivos comerciales no básicos, como café, caña y tabaco, palma
de aceite, pero también por la ganadería. Junto con el
desplazamiento del maíz va el desplazamiento del productor, que
luego se tiene que ir a otras tierras de labor, a ganar unos pesos,
cultivando precisamente los cultivos que desplazaron su maíz, su
soberanía.
Hay una resistencia de las comunidades, sin embargo. Hay
comunidades que tienen semillas, hay otras que están
comenzando a usar alternativas a los agrotóxicos, como
abonos orgánicos y control natural de plagas.
– Al perder los alimentos preparados con maíz, también se pierde
la salud, porque se pierde la alimentación variada que proveía la
milpa, pero también se sustituye con las comidas chatarra que
llegan a los centros de abasto de las comunidades. Coca-cola
en vez de pozol, Sabritas en vez de tamales; además de
desnutrición hay pérdida de la identidad entre los jóvenes
consumidores. La pérdida de la lengua está directamente
relacionada con la pérdida del maíz. Es que se pierden los
rituales y tradiciones de la siembra. Se pierde el conocimiento de
los ciclos de la luna. La pérdida del maíz es la pérdida de la
cultura indígena. Por esa razón es tan grave lo que hacen los
programas como Oportunidades, que promueve la división de las
comunidades, o Diconsa —que abastece de maíz y granos básicos
a las comunidades, sustituyendo la producción propia con
semillas que pueden ser transgénicos. El Procampo facilita el
abandono del trabajo pues sólo hay que decir que se tienen
tantas hectáreas para recibir un algo de dinero. El Procampo es
un incentivo para entrar en la dependencia monetaria, rendir la
soberanía de la comunidad y la tierra en una existencia
conjunta a los vaivenes de la economía monetaria.
– Antes, no había distinción entre trabajo y cultivos, a
cualquiera de ellos se le llamaba milpa indistintamente. Para el
trabajo de la milpa o ―hacer milpa‖ no hay distinción entre lo
ritual y lo técnico. El modo de hablarle al maíz y la importancia
de la lengua, los rituales para marcar que tenemos voluntad y
relación con la tierra, eran lo más importante. No es una
soberanía sobre el maíz, sino junto al maíz para vivir juntos, para
existir.
Ahora, el trabajo ha cambiado desde que el maíz perdió su
centro. El trabajo de la milpa era un motivo de fortalecimiento
de relaciones sociales, pues había necesidad de estar juntos y
unir las energías y las ideas. La Revolución Verde (agrotóxicos,
monocultivos, búsqueda del rendimiento masivo) es una
propuesta individualista, sustituye con objetos el acuerdo entre
personas. Así que a la vuelta del tiempo la tierra ya requiere una
cantidad impensable de trabajo o dinero en insumos que la
hagan producir. Los paquetes tecnológicos siempre llevan una
ideología oficial que los respalda y los hace ―aceptables‖, como
los programas del gobierno (Procampo, Progresa, Procede); hay
un pérdida de la educación en el campo de las nuevas
generaciones pues en las escuelas se les enseña a renegar de la vía
campesina. La introducción de los químicos hizo a la gente floja
y mató a las plantas que rodeaban al maíz. El maíz quedó solo.
Cuando son la épocas tupidas de trabajo en el campo, lo es
también para la pequeña parcela o para los campos de la
agricultura industrial. Así que entre más acecha esta última, más
es el robo de campesinos de sus propias tierras a los campos de
monocultivo, pues justo en el tiempo de más necesidad de trabajo
en el maíz llegan los enganchadores, a llevarlos al camino por
unos pesos y unas promesas de salario seguro, a diferencia de lo
que por todo esfuerzo ofrece la parcela propia: incertidumbre.
―Producir para vender y comprar para comer‖ es el resumen de la
pérdida de soberanía laboral y alimentaria de los pueblos del
maíz.
– Sí, ya lo oímos mucho, pero va de nuevo: el Procede [el
Programa de Certificación Ejidal para individualizar las tierras
y permitir que entren al mercado] es una estrategia clave para
exterminar al maíz y a sus pueblos. Hay personas que compran las
tierras ejidales y las transforman en potreros o en tierras de
monocultivo, dejando fuera el maíz. La urbanización es otro
factor para el abandono de la milpa, pues los campesinos tiene
que escoger entre el camino pavimentado y la tierra de labor.
– En cambio, donde pervive la asamblea, y donde hay tierra en
común, en colectivo, hay posibilidad de organizar el territorio,
es decir, la manera de vivir, las estrategias de supervivencia de
manera coherente, integral, congruente con los problemas que
se viven. Ahí se está recuperando el papel de las autoridades
comunitarias.
– Debemos rescatar la importancia que tiene el cultivo del maíz,
la milpa, para la agricultura campesina en los diferentes lugares
de México. Es el lugar que permite la supervivencia de la gente,
pues todos los alimentos giran alrededor del maíz. Esto marca
la relación de los campesinos con la tierra. De allí la ritualidad
que mantiene su carácter sagrado.
El cambio a las formas de producción agroindustrial del maíz
se encamina a promover y lograr la dependencia del afuera
perdiendo la soberanía en la relación con la tierra. Hay una
conciencia de cómo este cambio fue inducido por el gobierno,
con el interés de las empresas por detrás.
Cuando se considera el cultivo del maíz como negocio, es
imposible que sea rentable, sobre todo en pequeñas extensiones
como son la mayoría de las parcelas en el campesinado
mexicano. Pero es esta pequeñez la que ha propiciado la enorme
diversidad de semillas, es esta pequeñez la vía en un país
orográficamente disparejo.
Pero hay que estar convencidos de que aunque no sea
negocio, la siembra del maíz es crucial para la seguridad
alimentaria, la soberanía alimentaria de la familia, la comunidad,
la sociedad del campesinado.
La gente está tratando de regresar a las formas antiguas y
manejables en pequeña escala, ya que a la vuelta de los años
comprueba la inviabilidad de las propuestas industriales,
comerciales, para la siembra del maíz.
Es importante cuestionar el concepto de ―fondo‖ o ―banco‖ de
semillas, porque eso implica ya un primer acaparamiento, una
centralización, un primer desfase de los sitios donde se
conservan las semillas, más repartidas e invisibles para los ajenos.
– Es muy clara la interrelación que hay en todos los problemas
del maíz. De allí la necesidad de entrarle al problema con una
actitud integral. No es nada más una cultura, o un cultivo, es
un modo de vida completo, una visión del mundo. El maíz es por
un lado el trabajo y por el otro la alimentación, el sustento en
el sentido más amplio. Es la relación con todo, con la
naturaleza, con el territorio, con todo lo que es sagrado y
vital para las comunidades. Y esto está cambiando. Incluso se
puede trazar el origen de los problemas a las políticas
gubernamentales, con el comercio. Se pierde la diversidad y se
deja de ver, de entender la milpa (pues el maíz nunca va solo, el
maíz es comunidad). En el momento en que la vemos como
mercancía para tener dinero, es imposible que ―sea rentable‖. Se
cambia la propuesta de relación, la de la milpa, por el dinero. Por
eso una de las propuestas reiteradas en muchos lados es cómo
regresar a mercados más chiquitos, a maneras de trueque, a
intercambios locales, de tal manera que pueda regresarse a un
modo de vida manejable, que incluya un respeto por el todo.
Hay que distinguir entre precio y valor. Claro que el maíz que
cultivamos en las parcelas comunitarias ―no tiene precio‖, pero
hay que reflexionar sobre el valor que sí tiene, para las
comunidades, relacionar con nuestra producción propia de
alimentos, algo que sí queremos, una producción que es fondo
de fuerza y soberanía. Y una pregunta recurrente e importante:
cómo podemos encantar de nuevo a los niños y a los jóvenes
con lo que es el campo.
– Debemos recordar ciertas cosas que todos sabemos, que de tan
conocidas ya no las vemos, sobre todo cuando todo mundo
tiene problemas.
Uno. La biodiversidad. Es la vida que nos rodea. La diversidad
agrícola. Las plantas y algunos animales que cultivamos o que
criamos. Sin excepción, todo lo que se cultiva o lo que se cría
hoy día, incluso los híbridos y los transgénicos, proviene de lo
que a lo largo de los milenios han inventado los campesinos.
Como el maíz, que se fue criando, se fue cultivando, se fue
inventando. La papa, el arroz y así cada planta sin excepción
ninguna es creación de los pueblos indígenas y campesinos del
mundo. Todo lo que ha hecho la ciencia ha sido mínimo frente a
esa creación de la biodiversidad agrícola que han hecho los
pueblos a lo largo de la historia.
Dos. Para que los pueblos pudieran hacer todo eso, la premisa es
la existencia de la tierra misma, entendida como tierra de labor,
pero la Tierra misma, el planeta todo. Para poder acoger toda
esa diversidad la Tierra tiene que ser diversa. Si la Tierra fuera
plana, todo al nivel del mar, no crecerían las plantas de las
montañas, por ejemplo. Es necesario el calor, el frío, la altura, la
planicie, el desierto, el humedal, para que exista toda la
diversidad.
Esa Tierra que nos acogió, sin embargo, ha perdido su
capacidad ante la agresión de los agroquímicos, de la
urbanización, y ya no está pudiendo ser tan diversa.
Ésas son dos cosas básicas que hay que recordar siempre: si no
tenemos una Tierra que nos acoge, y si no tenemos pueblos
indígenas y campesinos capaces de cuidar esa vida, la
biodiversidad no tiene posibilidades y empieza a desaparecer.
Tierra más pueblos.
Los transgénicos son un modo de intentar destruir la unión
entre la Tierra y los pueblos. Ése es su objetivo. Ése es el negocio.
Entre más sea la relación entre pueblos y la tierra y la Tierra,
menos tendremos que comprar nada, pero el objetivo de los
híbridos y los transgénicos es el negocio. Comprar y perder la
autonomía.
Un pueblo que compra semilla y que compra comida es un
pueblo que no se puede mandar a sí mismo.
El ejercicio de hoy en día es recordar. Darnos cuenta qué es lo
que se hacía para conservar la vida.
Para conservar la diversidad de cultivos y del maíz, hay que
usarlo. Para defender al maíz hay que seguir cultivándolo. La
mayor amenaza al maíz nativo es que ya se cultiva poco.
Central para todo eso es mantener la identidad como pueblos.
Significa seguir comiendo aquello que hemos aprendido desde
siempre a comer como pueblos, significa seguir festejando como
se han hecho siempre, seguir dando las gracias y pidiendo a
través de esos festejos. La recuperación del maíz pasa por la
recuperación de la costumbre, de la tradición: su reactivación,
su fortalecimiento.
Hay que mantener la semilla y la tierra.
Alguien que pierde la semilla tiene muchas más posibilidades de
tener que migrar que alguien que todavía la tiene.
Mantener la semilla significa tener semilla de buena calidad. De
buena calidad para uno mismo, para la tierra a la que uno tiene
acceso, un semilla que responda a las necesidades y gustos de
cada pueblo. Si se uniforman los gustos o se tratan de
homogeneizar las necesidades, se pierde la calidad de las semillas:
su biodiversidad.
Hoy día existe toda esa riqueza que existe porque cada pueblo
tuvo derecho a mantener su costumbre, sus tradiciones, porque
hubo respeto de los devenires y las voluntades de cada quien,
de lo que es sagrado para cada pueblo. Y eso es lo que hace la
televisión: decirnos que hay que comer esto o lo otro
implicando que las cosas regionales, locales, no
industrializadas no sirven. Si queremos mantener toda esta
riqueza tenemos que mantener el respeto por lo que ha sido
nuestro y sagrado durante toda la historia.
Entonces la semilla que sirve a cada quien, ¡es la que cada quien
ha criado!
Cada pueblo, comunidad, tiene gustos distintos, condiciones
distintas, necesidades distintas. Y es imposible que haya una persona,
o una empresa o un instituto del Estado que sea capaz de crear
semillas que sean buenas para todos.
Si son miles y miles de campesinos que están produciendo la
semilla ¿será igual? No. La diversidad y la calidad también viene de
que haya mucha gente produciéndola. Que no se centralice la
producción de semilla es un elemento central para la
conservación de la semilla.
¿Cómo se cultiva la diversidad de semillas, día con día, año con
año? Conversando e intercambiando. No sólo se entrega la
semilla sino los saberes. Uno intercambia saberes. Las semillas
pueden ser distintas porque todos saben cosas distintas.
Para que haya semillas diversas tienen que haber saberes,
conocimientos, diversos. Pero el conocimiento lo sabemos a
pedacitos, y sólo entre muchos se hace un conocimiento
grande. No hay que olvidar jamás que todos sabemos. Cuando
aceptamos que alguien nos trate como ignorantes, como que
no sabemos, como que no tenemos ideas, estamos aceptando que
se pierdan saberes sobre la semilla.
Los transgénicos son como una enfermedad, y van a permanecer
por mucho mucho tiempo. Lo que hay que hacer es impedir que el
maíz se enferme.
Hoy día hay un ataque contra la biodiversidad, y el pueblo
que no tiene diversidad es un pueblo que se hace dependiente. Se
están cambiando las leyes para obligar a los campesinos de los
pueblos en su conjunto a hacerse dependientes. Para conservar
la diversidad uno tiene que hacerse las preguntas de cómo
conservar la vida, qué es lo que la ley permite y qué es lo que
necesitamos, con permiso de la ley o sin permiso de la ley. Por
ejemplo las leyes que impiden que las semillas viajen libremente. Es
así como el maíz llegó desde Mesoamérica a todo el mundo,
viajando, y ahora las leyes lo impiden, pero las organizaciones
campesinas en el mundo están decidiendo que las semillas van a
viajar, aunque lo intente impedir la ley.
– Estar en contacto con las penurias en cada lugar del
continente, pero también con la esperanza y los caminos de
resistencia que se van conociendo y las experiencias que ya
sirven.
La contaminación con maíz transgénico no fue un accidente.
No fue porque alguien trajo un bolsito del otro lado o porque
Diconsa repartió el grano y los campesinos lo usaron como
semilla, todo eso pudo haber ocurrido, pero es más importante
que nos demos cuenta que la contaminación con transgénicos
es un acto absolutamente intencional que se repite en todas
partes del mundo y que tiene como objetivo invadirnos de
transgénicos, imponerlos y cuyo objetivo es controlar nuestra
alimentación, convertir lo que eran los alimentos y parte de
nuestra vida en una mercancía que las corporaciones puedan
manejar y a través de ello nos puedan controlar. Ya no es una
hipótesis que hace unos 10 años discutíamos, es una realidad muy
cercana a una tragedia, por ejemplo en Argentina.
En Argentina la soya transgénica se comenzó a cultivar
masivamente en 1996, la soya RR, cuya característica principal es
que es resistente a herbicida y empezó a tener una expansión
enorme. Cada año creció la superficie de cultivo (inició con 300
mil hectáreas) hasta que en 2005 hay casi 15 millones de hectáreas
en Argentina, unas tres veces la superficie de Costa Rica. Esas 15
millones fumigadas con glifosato, que mata todo ser vivo que
no sea la soya RR.
El cultivo de los transgénicos en muchos lugares del Cono
Sur estaba prohibido. La estrategia de las compañías fue permitir
que los agricultores conservaran la soya que compraban a
pesar de que se supone que cada ciclo tenían que firmar un
contrato y comprarla de nuevo. Se permitió que la guardaran,
la volvieran a sembrar y la vendieran. Esa soya se vendió
clandestinamente a los agricultores grandes (50-3 mil hectáreas)
del sur de Brasil, a los de Paraguay y Bolivia, por fuera a de
legislación y en oposición a las organizaciones campesinas y
ecologistas. La estrategia fue ―contaminamos‖. Dejemos que la
soya circule, que cruce las fronteras.
Entonces comenzó a crecer la superficie cultivada con soya
transgénica a pesar de que había leyes que prohibían los
transgénicos. Entonces se comenzó a aceptar el cultivo de la
soya (nada menos que Lula) con la promesa de emitir leyes que
regularan los impactos ambientales. Hubo debate, promesas, pero
todo terminó con la emisión de una Ley de Bioseguridad
(también llamada Ley Monsanto) con la cual finalmente se dio
vía libre para el cultivo de los transgénicos.
La situación es más o menos parecida en Paraguay, en Bolivia, el
proceso es invadir, luego presionar al gobierno y finalmente
legalizar la manga ancha de las empresas de transgénicos.
Cuando ya teníamos 14 millones de hectáreas de soya en
Argentina, en 2004, Monsanto salió a decir bueno, señores, esta
soya que ustedes están sembrando es nuestra propiedad y
tienen que pagar por eso. Lo mismo pasó en Brasil y en
Paraguay. Lo que pide Monsanto es que el gobierno argentino
cree una ley de regalías globales por las cuales le cubre a
todos los agricultores un impuesto sobre su producción para
dárselo a Monsanto. Cobrar un impuesto a la producción para
dárselo a la corporación para pagar los costos de la
investigación. Pero si no ocurre eso, Monsanto amenaza con
plantarse en los puertos a donde llega la soya argentina para
cobrar las regalías (Unión Europea y China), a donde
Monsanto tiene la patente pues en Argentina la solicitó a
destiempo y no opera. Éstas son las cosas que están en juego
con los transgénicos. Y claro, está el caso de Percy Schmeiser y
la canola, donde el campo se contamina y Monsanto demanda
y la corte encuentra culpable a la víctima, de haber sido
contaminada.
Cada año hay una cantidad enorme de expulsados del campo
en Argentina, pues para cada 500 hectáreas se solicita solamente
un trabajador para cultivar. Además estas 15 millones de
hectáreas también se han sembrado a fuerza de desforestar y
avanzar sobre montes y zonas campesinas. Luego a los
expulsados del campo les dan soya forrajera transgénica para
que sobrevivan, o llega masivamente a esas zonas marginales
como ayuda alimentaria, cuando no está comprobada su
inocuidad para consumo humano.
– Para que se fortalezca entre las organizaciones y las
comunidades la lucha por la defensa del maíz, es necesario que
haya seguimiento de la formación y la información de la gente,
que sigamos esparciendo la información y buscando el modo de
seguir asistiendo a las reuniones. Hay que seguir tejiendo a nivel
internacional.
Tener estrategias para la difusión de la información, pues el
gobierno y las empresas siempre tienen forma de monitorear y
fichar y evitar que nos comuniquemos al tiempo que tienen el
monopolio de los medios masivos.
La información es para aumentarnos la capacidad de decir no.
En los lugares donde hay intercambio, como en las zonas
huaves, se puede ir cuidando lo que se intercambia.
Usar las radios comunitarias para difundir la problemática del
maíz.
Los tianguis indígenas, en general los mercados locales, son
espacios de recuperación de la soberanía del maíz.
La educación formal capacita técnicos para que sirvan en las
empresas y enajenar a la gente de sus orígenes. Debemos tener un
espacio real con los niños, más allá de la escuela, para que
escuchen también del trabajo del campo.
Los pueblos nos han enseñado que la salida para acabar con los
transgénicos no es destruir el maíz, sino cuidar la semilla,
mantenerla, ver cómo darle vida.
– En lo técnico, en la selección de plantas y semillas sin
transgenie, ¿sería posible cuidar el tiempo de polinización para
evitar las mezclas de maíces?
– Hay una diferencia fundamental entre los híbridos y los
transgénicos, los híbridos dan plantas de maíz sumamente pobres,
débiles, donde la primera generación está arreglada para
funcionar bien, pero a la segunda generación ya no funciona.
En el campo, los híbridos se van enriqueciendo y se va pareciendo
cada vez más en una planta nativa.
El transgénico es como si tuviera un tumor, con el agravante
de que no sabemos qué va a hacer, a lo mejor la planta sobrevive
o a lo mejor se muere o a lo mejor se mueren todas las plantas
con ese tumor. Y por si fuera poco, el agravante es que ese
tumor se transmite, a través del polen.
Entonces de una planta con tumor —una transgénica— van a
salir muchas más a la próxima generación, ésta es la
contaminación. Entonces, las plantas se seleccionan, las semillas
se seleccionan, porque no todo nos sirve y hay que quedarnos
con lo mejor. Con los transgénicos hay que hacer algo similar,
hay que aprender a reconocer y sacar las plantas que tienen ese
tumor y quedarse con aquellas plantas que no se enfermaron.
Pero no puede aprender uno solo, hay que aprender en
conjunto, igual que aprendimos a tener y cuidar las variedades
que tenemos.
Estas plantas fueron enfermadas desde afuera, a propósito, y
con el fin de que se enfermen todas. Probablemente el gobierno
va a proponer en algún momento eso que nosotros ya
comprendimos que no es la salida, el exterminio de variedades
nativas, la quema, la intervención de entidades ajenas a la
comunidad (laboratorios, empresas, fuerzas armadas) en un
discurso de erradicar la contaminación del maíz.
Hay que prohibir los transgénicos de hecho, sin pedirle permiso
al gobierno, en una normatividad comunitaria que es
completamente legítima. Hay que impedir que entren los
transgénicos con o sin ley.
– No sabemos en qué vamos a estar dentro de tres o cuatro años,
pero ahora sabemos que tenemos que desarrollar la observación
y las capacidades que ya existen dentro de las comunidades para
saber qué cambios puede haber. Nosotros podemos entender que
ha habido un crimen contra el maíz y contra el corazón de las
comunidades, entonces hay que tratar al maíz de otra manera. Es
como cuando vemos una planta fea, de por sí la quitamos, o
evitamos que polinice. Entonces posiblemente con el maíz
transgénico veamos diferencias, por lo que hay que agudizar la
observación para quitar esas plantas posiblemente transgénicas.
Los campesinos ven todo el tiempo. Entonces una forma de
avanzar es ver pero compartir con toda intención y velocidad
lo que estamos viendo, en las reuniones —aquí se da por hecho
la importancia de las reuniones regionales— y en ellas decir lo
que hemos visto que va cambiando en las parcelas.
– Es muy descorazonador saber de la contaminación y que es un
monstruo inasible, pero también debemos tener siempre presente
que no hay nadie en el mundo, ningún científico, ningún
agrónomo que iguale en recursos tecnológicos de la mayor
fineza y pertinencia a los que tienen los campesinos. Sólo ellos
podrían hacer algo en sentido contrario a la contaminación.
Esa conciencia es el mensaje que le podemos pasar a otras gentes
que están atravesando el trauma de comprender lo grave del
hecho de la contaminación transgénica.
Debemos entender plenamente las posibilidades de controlar la
polinización como una forma de aislar, evitar, la
contaminación transgénica.
– El diálogo con el maíz va más allá de lo que se hace a nivel de
la milpa, físicamente, tiene que ver también con la identidad, la
lengua, las ceremonias. Y así también, al reconstruir el maíz, no se
reconstruye solamente el maíz, sino todo lo demás, lo tangible
pero también lo intangible. Contra la visión uniforme unilineal
de las empresas y los fitomejoradores pagados, tenemos a
nuestro favor la visión rica y multifacética, plena de recursos
de todos tipo, para la creación perpetua del maíz.
* Participaron como organizaciones acompañantes el Centro de
Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano (Ceccam), el Grupo ETC,
y Ojarasca.
GRAIN

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